2019-02-04 | Por Freddy Ames
La gran mayoría de nosotros traerá o ha traído hijos a este mundo. Es muy probable que no tengamos muy claro la gran responsabilidad que asumiremos. Contamos: debemos velar por su sustento diario, vestirlos, alimentarlos, costear sus estudios básicos, los secundarios y universitarios; y, con el ejemplo y enseñanzas, hacer de ellos hombres y mujeres de bien. En realidad, una labor inconmensurable que, económicamente, es difícil de medir, pero que, con el amor que les profesaremos, la tarea se hará sostenible, pese a las dificultades que atravesaremos.
En la vida, casi todos desempeñaremos dos roles: el de hijos y el de padres. Cuando asumimos el rol de hijos, damos por sentado que todo lo que está alrededor nos pertenece, que nuestros padres están obligados a servirnos sin condición alguna; inclusive creemos, en algún momento, que son seres inferiores, que su capacidad intelectual y de discernimiento está por debajo del nuestro, y que estamos facultados, entre otros dislates, a salir hasta altas horas de la noche -si regresamos-, sin comunicación previa. Nos comportamos como adultos, pero con descaro y sin vergüenza seguimos viviendo aún en la casa de ellos.
También es cierto, los padres apoyan, pero una vez que concluyen los estudios universitarios, los hijos inician el proceso de inserción en el mercado laboral; inicialmente, pidiendo favores a parientes y amigos para conseguir un puesto de trabajo, luego que van adquiriendo experiencia, ascienden de nivel o cambian de empleo.
La pregunta que nos hacemos: ¿fuimos o somos gratos con nuestros padres? ¿Fuimos o somos gratos con quien nos da o nos dio la oportunidad de tener un empleo? ¿O pensamos que nos merecemos todo lo que tenemos porque es ley natural, o que el hecho de trabajar por un salario es ya una contraprestación equilibrada; por tanto, agradecer no tiene sentido?
La gratitud es uno, por no decir el más grande de los valores que la persona humana debe practicar. No importa el rol que juguemos en la vida, viene y va por ambos sentidos; en especial, de hijos a padres. Basta una llamada telefónica, un mensaje, un abrazo o un beso -el mejor de todos es presencial-, un detalle menor para que los padres se sientan bien y reconocidos; aclaro, nunca lo piden, pero sí lo esperan. Actuemos en consecuencia a ello; algún día nos dejarán. Daría mi vida por tener un minuto a mi madre, le diría que la amo mucho, me confundiría con ella en un abrazo eterno.
¿Y en el trabajo qué hacemos? Siempre he reconocido que sin capital no hay desarrollo, valoro el esfuerzo y dedicación de los verdaderos empresarios, son el motor de un país. Escribo estas líneas utilizando un software y una laptop inventados por grandes empresarios, cambiaron el mundo y generaron, con su inteligencia y perseverancia, miles de empleos y nos facilitaron las cosas. A ellos mi homenaje y gratitud, les doy gracias por haberme permitido también ser empresario. De igual manera, agradezco a todos mis clientes y proveedores que, a lo largo del tiempo, nos mantuvieron en el lugar de preferencia que ocupamos hoy.
San Isidro, 04 de febrero de 2019.