2017-06-05 | Por Freddy Ames
Los embates de la naturaleza pueden ser disminuidos por el hombre. Japón es un país altamente sísmico, cada cierto tiempo nos enteramos de fuertes terremotos que remecen sus ciudades, pero, con la experiencia de los años, estos movimientos telúricos, independientemente a su intensidad, los daños que causan son cada vez menores. Se han reforzado los edificios, han utilizado la técnica de la construcción flotante o de vaivén; los edificios se mueven, pero no se caen, y la población sabe cómo comportarse ante la presencia de un terremoto, inclusive de un tsunami.
Nuestro país, en todo su territorio, también sufre de terremotos y otros desastres naturales, como son los aluviones producto de las grandes precipitaciones fluviales que, al llegar a la tierra, arrasan puentes, viviendas y caminos. Los desastres naturales que asolan al Perú tienen larga historia. Dicen los especialistas que el Fenómeno del Niño, que produce lluvias intensas en la costa norte, fue el que desapareció a la cultura Chimú.
Recordamos que en los años 1982, 1983 y 1998 hubo inundaciones en Lambayeque y Piura. Inclusive se formó una laguna a la que denominaron La Niña. Desde esa fecha hasta hoy, pese a los ingentes recursos económicos que recibieron los gobiernos regionales y municipalidades, nada hicieron para prevenir los desastres y aminorar los estragos que causarían en el futuro. La corrupción y la informalidad se hicieron presentes, las autoridades, como siempre, pensaron sólo en ellas y se apropiaron, indebidamente, del dinero que bien habría servido para realizar obras con estructura eficiente para soportar toda clase de embates.
Las buenas carreteras se construyen con cemento y hormigón armado sobre malla de fierro; no con simple asfalto. Los puentes se proyectan con el doble de diámetro sobre las zonas de avenidas fluviales, y con refuerzo de no menos de 10 metros bajo la base del río. Éstos pueden soportar hasta bombas sin problema.
La informalidad estuvo y está presente en el quehacer cotidiano de la administración pública. Ese dicho asqueroso y vergonzoso que dice “roba, pero hace obra” ni siquiera se cumple; en realidad es “roba y no hace obra”, pues el hacer una mala obra es lo mismo que no hacerla.
Nos quejamos de lo mal que nos va. Lo cierto es que somos culpables al elegir a pésimas autoridades, personas carentes de escrúpulos, quienes han sustituido la forma de gobernar por la coima, no importando si el proveedor les ofrece gato por liebre. Si las autoridades hubieran utilizado mejor el dinero en años pasados, estamos seguros que otras habrían sido las consecuencias de los huaicos y desbordes de los ríos. Les aseguro que, por lo menos, habríamos mitigado el 70% del desastre observado.
En el fútbol, hace varios años venimos de desastre en desastre. Las autoridades que dirigen la Federación Peruana de Fútbol (FPF) saben que están actuando mal, pero a sabiendas insisten en el error. Para ejemplo, un botón: existen 2 torneos paralelos y diferentes, uno informal y sin restricciones, ni control, denominado Copa Perú; y, otro, con restricciones y con un control estricto promovido por la ADFP-SD. Ambos, aunque parezca paradójico, llevan al que ocupa el primer lugar a formar parte de la élite profesional del futbol peruano.
¿Qué hace que seamos como los roedores lemmings del Ártico que se suicidan en masa lanzándose al mar, pues, sabiendo que hacemos mal al apropiarnos de dinero ajeno, o manteniendo un sistema de ascenso deportivo ilógico y contraproducente, lo seguimos haciendo?
Creemos que ese tipo de personas que han destrozado al Perú y a sus instituciones algún día morirán y serán reemplazados por personas honestas y confiables. Sólo nos queda educar mejor a nuestros hijos para no volver a ver más a tanto sinvergüenza suelto.
Escrito, en Lima, el 21 de marzo de 2017.